Relatos

Muerte

Con la muerte pisándome los talones, haciendo lo imposible por derrotarla y aun así me seguía la pista desde cerca por más que corriese delante de ella.

Al final, como una aparición se me mostró delante y solo la pude separar de mi poniéndole la mano en el torso. Miré hacia arriba para enfrentar su rostro y vi que era el de una mujer que se alzaba por encima de los demás. Diez minutos le pedí.

 – Dame diez minutos e iré contigo sin rechistar.

 – ¿Diez minutos y abrazarás la muerte? — me preguntó con un sonrisa, acercando su rostro al mío y dejando ver sus arrugas faciales, aquellas que la hacían menos joven pero más sabia.

 – Sí, sólo contéstame a una pregunta.

La muerte aceptó, me cogió de la mano para evitar que me arrepintiese en un último momento y volviera a huir.

Le pregunté si el destino estaba escrito, si no se podía cambiar, si no cabía la posibilidad de que hubiese errado en algo y estuviese a tiempo de enmendarlo para no morir. La muerte resopló como si fuese una pregunta recurrente y dijo que era inevitable, que cada uno tenía su propia hora y que no podía posponerse.

No sé por qué pero aquello me tranquilizó, el saber que dejaría de correr asustado, que descansaría en paz. Asumí mi destino mientras veía algunos de mis seres queridos. Y abracé a la muerte y me sentí acogido, arropado.

Ojos de rubí

El silencio ahogado bajo una respiración entrecortada, una piel brillante a causa de su transpiración y una mirada agotada mirando al horizonte. El corazón galopa bajo el pecho buscando espacio entre aquellos pulmones extenuados para que la mente no se desvanezca. Pero es tarde, el frío empieza a cubrirlo todo como un brisa que adormece aquello que acaricia y aunque miles de pensamientos fugaces golpeen su sien, no es capaz de aferrarse a ninguno que alivie la injusticia que siente.

El ritmo cardíaco desciende y su visión queda cada vez más nublada, como si cayese en un sueño profundo contra el que no puede luchar. Sabe que está dejando su vida y de nada le servirá la obstinación esta vez. De pronto, todo aquello a lo que se opuso en su día queda en el olvido, pierde su razón de ser, todo da igual llegados a este momento. Derrotado decide cerrar los ojos y dejarse llevar.

En la inmensidad de la oscuridad de su pensamiento ve aquellos ojos de rubí que lo miran con severidad. Percibe el odio que emanan y a pesar de estar a las puertas de la muerte, los teme. De todos aquellos pensamientos y recuerdos que unos instantes antes habían saturado su psique, ninguno le había rememorado la promesa que hizo. Probablemente porque los recuerdos y la promesa pertenecían a mundos separados.

«Abre los ojos, abre los jodidos ojos»

Como si se hubiese estado ahogando en un lago y consiguiese salir a la superficie, abrió los ojos con una bocanada de tortuoso aire producida por una última convulsión de su cuerpo por sobrevivir. Notaba la sangre parcialmente seca en su mano, la misma que había intentado cubrir la herida de su estómago. El dolor lo entumecía todo y le volvía a recordar qué era estar vivo.

No sabía cuánto tiempo había pasado allí en el suelo pero no iba a ser mucho más. Peleó por levantarse, por erguirse sobre sus piernas y enderezar el torso. Para entonces sus ojos ya no estaban agotados, había recobrado aquella maravillosa mezcla entre ira y desdén. Su mente ya no era un cajón desastre de pensamientos, tenía claro su propósito. Quizás hubiese tocado la puerta de la muerte, no había sido la primera vez, pero daba por seguro que alguien no sólo la tocaría sino que la abriría con la cabeza.

El temor

Puedes pasar horas con la mirada puesta en el infinito, con la mente entumecida en otro lugar, lejos de aquella habitación que sólo te recuerda la soledad de tu vida y con un bullicio de ideas y recuerdos que no hacen más que ahogarte en un mar de penas por todo aquello en lo que te equivocaste y que no conseguiste. No crees en ti ni crees que merezcas nada, pues todo lo que obtienes acaba bajo esa maldición que te persigue y sabotea todo aquello que disfrutas.

Sin embargo, aún conservas algo que hace que todo sea más llevadero, que te rescata de tus tinieblas y que te arranca una sonrisa. De ahí el temor a perderlo, a no ser capaz de conservarlo y que el tiempo, finalmente, se lo lleve como tantos otros muchos elementos que han conformado tu vida.

Fuego

La luz y la calidez de la llama te atraía, era una sensación reconfortante. Acariciabas el fuego como si fuese agua mientras mirabas a trasluz la palidez de tus manos. Pensabas en él como en un ente rojizo, porque para ti era algo lleno de vida, con su movimiento caótico e impredecible, pero maleable por tus manos.

Las personas las veías de igual forma, dóciles dentro de su caos y sobretodo, te veías por encima de ellas, reconfortada por su calidez y ociosa ante el espectáculo que mostraban ante tus ojos.

Hacía mucho tiempo que sabías que no formabas parte de la humanidad, que tu existencia iba un paso más allá y ese pensamiento te hacía ver tu entorno de manera diferente. Te identificabas con un razonamiento frío y carente de sentimientos que considerabas ser un vestigio evolutivo. Calculas y analizas cada palabra, cada movimiento y cada gesto de las personas que se cruzan ante ti creyendo que todo aquello, en algún momento, le dará sentido a lo que haces, pero nunca llega.

Quizás lo único que realmente sientas sea el anhelo por encontrar tu propio ser en este mundo tan agotador.

El último puntal

Siempre quisiste sentirte diferente, diferenciarte de los demás pero sin llamar la atención, algo que en el fondo te encanta. Te encanta ser el centro de todo lo que ocurre a tu alrededor, que te miren y poderte quejar en voz alta de que lo hagan. Eres lo que dices no querer ser, una persona hipócrita en lo más profundo de tu médula que se hace la víctima, como si fueses presa de los acontecimientos o la malinterpretación de tus actos.

No me extraña que quieras alejarte, distanciarte de todo aquello que has causado, incluso de mi, fruto de tu persona muy a tu pesar. Podrías negarlo pero estoy seguro de que muy en el fondo lo sabes, justo en ese rinconcito de tu alma en el que escondes todo aquello en lo que no quieres pensar porque, si lo hicieras, no podrías mirarte en el espejo sin sentir náuseas.

Sé lo que dirías a todo esto, que no tengo ni idea de lo que te pasa, que el que tiene el problema soy yo y, si he de ser sincero, es lo único que sería verdad. Te dejé acercarte, te permití inundar mis oídos con tus palabras, aquellas que a veces eran dulces y otras muchas veces llenas de frustración y expresadas con agresividad, y consentí que te metieras en mi cabeza, mi gran error.

Ahora, alejada de todo aquello que provocaste, inicias una nueva vivencia bajo los mismos pilares de siempre y que acabará de la misma forma, derrumbándose a tu espalda, justo después de apartarte sosteniendo en tu mano el último puntal.

La canción

Sonaba There is a light that never goes out de The Smiths en el coche, en una de esas noches en las que la calle está empapada por las lluvias de la tarde. Con ésta canción ella pretendía enviarle un mensaje, pero él la oía de fondo, sus oídos sólo escuchaban con atención la voz de ella. Cómo iba a imaginarse él tal enrevesada maniobra con una mente tan simple.

La canción llegaba a su fin y ella perdía la esperanza. La frase de «Porque quieres.» la esgrimía como un último recurso pero fue infructuoso o quizás no del todo, porque sembró algo que arraigaría dos días después.



Optimista

Siempre me había considerado un tipo afortunado, a pesar de todas aquellas cosas no tan maravillosas que me pasaban. Esta actitud me había reportado grandes beneficios aunque hubiese gente en este mundo que pensase lo contrario. Una de esas personas se encontraba sentada a mi lado tomando el sol con su bikini en el yate pequeño de su padre.

Esta persona, Bianca, de la que estaba profundamente enamorado, consideraba que el haberla conocido había sido la equivocación más grande de mi existencia. Sin embargo, yo le repetía una y otra vez lo contrario, algo que siempre le hacía sacar una sonrisa ahogada en una mueca de vergüenza mientras se mantenía cabizbaja.

Quizás por ello estábamos allí, en aquel barco, escuchando la brisa del mar y siendo mecidos por las olas del mar, difícilmente algo podría salir mal.

– ¿Te gustan los zapatos? – me preguntó mirándome a través de sus gafas de sol.

– Lo cierto es que sí, tendré que estirarlos un poco pero me gustan, son muy…italianos.

Retiró sus gafas de sol y posó sus ojos azules sobre los míos mientras aderezaba su cabellera negra.

– No soy bueno interpretando las intenciones de los demás…- empecé a decir.

– Sin duda las indirectas no son tu fuerte – su voz sonó compasiva.

– Aun así sé que hay algo que quieres decirme y no te preocupes por mi, simplemente suéltalo y acabemos con esta tensión.

Quedé con la mirada expectante, viendo como humedecía sus carnosos labios al tiempo que intentaba buscar las palabras correctas para aquello que me tenía que decir.

– Desde que nos conocimos siempre me has mencionado cómo la suerte siempre te ha sonreído y que por ello me habías encontrado, – se tomó una pausa y tomó aire antes de continuar – pero no hay duda de que ahora estás jodido. Mi padre te detesta, no de la misma forma que con el resto de la humanidad, no, contigo es un odio más intenso, tanto que sería capaz de emplear todos los medios a su alcance y perder todo lo que ha ganado en sus 50 años como para hacerte sufrir la más escabrosa y dolorosa muerte jamás imaginada por el hombre.

– Sé que tu padre es alguien difícil, con un carácter fuerte forjado por años de duro trabajo en las calles, pero no dudo que con el tiempo y con mi buen hacer hacia ti, cambie de opinión y me trate con uno más de la familia.

– No lo entiendes, mi padre te detestaba tal como te he descrito mucho antes de que supiese que te acostabas conmigo, ahora la cosa ha empeorado un poco más – aquello lo dijo con un pequeño gesto de dolor.

– Entiendo…supongo que es el motivo por el que hoy nos acompañan los escoltas de tu padre – le dije mientras miraba aquellos tipos cuadrados y trajeados con aspecto protocolario.

– Sí, pero no quiero que malinterpretes esto, porque te sigo queriendo como a nadie en este mundo – me besó en los labios con pasión contenida.

– Lo sé…

En ese instante  los tipos de negro me levantaron por los brazos, me arrastraron hasta el borde del yate y me tiraron al mar mientras veía como mi querida Bianca me despedía con la mano.

– Pasaré a recogerte – fue lo último que dije antes de que el bloque de cemento adherido a mis pies me hundiese en el agua.

A la vez que descendía pensaba en lo posesivo que era el padre de Bianca y lo mucho que me estaba complicando las cosas, pero era de prever que, en un camino de rosas, siempre encuentras alguna espina o, al menos, algo así me quiso contar Toni antes de que le explicase en qué consistía la amistad.

De todos modos, volvía a estar de suerte de nuevo en esa misma semana bajo tan similares circunstancias, pues el cemento italiano empezó a ceder, quizás por el agua del mar, el potente sudor de mis pies o por una mala mezcla del mismo. Y es que la mafia ya no es lo que era.

Relato sin nombre – Parte 6

Relato sin nombre – Parte 1
Relato sin nombre – Parte 2
Relato sin nombre – Parte 3
Relato sin nombre – Parte 4
Relato sin nombre – Parte 5

Una de esas fiestas a las que todo el mundo se auto-apunta y en la que nadie sabe con seguridad qué se está celebrando, pero la música suena y el alcohol discurre con facilidad, no hace falta nada más, ni motivos ni razones.

Allí estaba él con sus amigos, hablando de cómo acabaron la última vez en una fiesta por el estilo, tan alcoholizados que invitaron a los policías que los pararon a unas copas. Entre risas se distanció del grupo en busca de uno de esos sandwiches que en alguna parte distribuyen, que desaparecen al instante y que empiezan a convertirse en un mito. La gente no parecía mostrarse colaboradora, cruzar la sala suponía apartar y esquivar personas que se movían peligrosamente balanceando sus bebidas en un desafío hacia la mecánica de fluidos.

De entre todas aquellas personas que voceaban, que reían o que simplemente permanecían de pie, se encontró sin esperarlo con ella, la chica que se despidió de él hacía ya dos años, la que había marcado un antes y un después en aquel recóndito lugar donde guardaba lo más personal que tenía.

Ella también lo vio y, aunque él no apartó los ojos de su rostro ni un solo segundo, fue perfectamente capaz de discernir su brazo agarrando al de su acompañante masculino. Unos segundos de tensión donde el silencio inexistente pareció emerger para ambos.

Mantuvieron una escueta conversación de unos minutos, distanciada, simbólica e insulsa pues el momento no era el adecuado para ponerse al día, había demasiado ruido, gente de más y un supuesto novio presente y atento a las palabras y gestos que aquellos dos intercambiaban. Se despidieron como amigos ocasionales y cada uno volvió a lo suyo.

Se sintió contento de haberla visto de nuevo, estaba espléndida y en sólo unos segundos fue capaz de recordar aquello que tanto le gustó de ella, esa forma apacible de aguardar sus palabras, como si fuese capaz de esperar eternamente a que él pudiese encontrar la palabra perfecta para expresarse. Se recordó así mismo lo difícil que era encontrar a alguien que te escuchase de esa forma, pero tampoco la añoró por ello, en realidad no experimentó ningún sentimiento de tristeza por su reencuentro, algo que, algún tiempo atrás, no hubiese sido igual.

Atrás quedaron sus noches llenas de pensamientos confrontados, cargados de sentimientos que perduraban más allá de su voluntad y que tantos altibajos emocionales le causaron en su vida cotidiana. Le costó su tiempo aceptar las cosas y más aun sacar fruto de ello, todo esto mientras se reincorporaba a su antigua vida en solitario y recuperaba el devaluado valor de sus objetivos en la vida.

Quizás por esto último no se sintiese completamente satisfecho consigo mismo, no sentía haber avanzado en su pequeña existencia, sólo percibía haber aprendido lo que era capaz de recibir y dar, comprobando sus límites, saboreando el agridulce mundo que se crea entre dos personas realmente unidas.

– Podría estar reflexionando durante horas sobre mi mismo pero seguiría sin encontrar los dichosos sandwiches, damn.

La razón

Desde el trono de aquel que poseía la verdad, desplegaba sus hirientes palabras sobre los demás, desahogando aquellas otras penas cargadas de ira que no encontraban ninguna otra salida.

La soberbia emanaba de sus labios y nadie podía hacerle frente, pues era seguro que él poseía la razón, todo el mundo era consciente de ello. Pero no era justo ni equilibrado, pues aun estando en pleno derecho de poder reclamar su verdad como la única, ello no le daba ningún privilegio sobre los demás para hundirlos bajo su negra amargura.

Ausente se encontraba su humildad en aquellas intrincadas palabras que llenaban con gran sonoridad la estancia, como si todo fuese una excusa para dar rienda suelta a la violencia que, en otras circunstancias, hubiese estado fuera de lugar y le hubiesen hecho bajar del trono que tan orgulloso proclamaba como propio.

Relato sin nombre – Parte 5

Relato sin nombre – Parte 1
Relato sin nombre – Parte 2
Relato sin nombre – Parte 3
Relato sin nombre – Parte 4

Se encontraba estirado en su sofá leyendo un libro que mezclaba humor ácido con fantasía, pero hacía ya un rato que era incapaz de absorber las palabras, simplemente pasaba por encima de ellas, así que lo cerró y lo dejó a un lado, echo su cabeza hacia atrás y reflexionó sobre aquello que ocupa su mente en aquel momento.

Recordaba situaciones pasadas con aquella chica que se fue hacía bastante tiempo atrás, pero donde más incidían sus recuerdos era en su forma de ser, sus cualidades, aquello que la hacía única y eso, efectivamente, era lo primero que a él le preocupaba.

Tenía miedo de no ser capaz de dejar de comparar cualquier otra chica que conociese con aquella que lo dejó en lo más alto de su montaña rusa de la felicidad. Temor a ser consciente, durante una relación de pareja, de que realmente existiese una mujer mejor para él en algún remoto lugar y más aun si un día, nuevamente, se presentase delante de él.

La conciencia le carcomía por dentro antes de encontrarse ante tal situación, después de todo, no quería rellenar su vacío con una mujer que sólo le sirviese para esperar a pasar a algo mejor, era algo que él no concebía, lo consideraba rastrero y un acto demasiado egoísta.

Un resoplido de agotamiento salió de su boca tras ver que se encontraba ante un problema que no tenía solución. La única forma que tenía de resolverlo era olvidar completamente el tiempo pasado o encontrar un alma gemela aun más insuperable. Y ambas opciones las consideraba rivales para el puesto número uno de los imposibles.

El misterioso blog

Llegaba apresurado a casa, con la camiseta empapada en sudor y con la respiración acelerada después de haber estado caminando con rapidez por las viejas y oscurecidas calles del centro, intentando eludir a cualquier persona que pudiera estar siguiendo mis pasos.

Cerré bien la puerta tras de mi y, sin encender las luces, miré a través de la ventana apartando ligeramente las cortinas. Nadie parecía estar observando, pero preferí no dar señales de vida y permanecer a oscuras.

Me senté en la cama, encendí mi portátil, abrí el navegador web y fui directo al inicio de toda aquella locura. Hacía unos días, por accidente, encontré en el historial de páginas recientemente visitadas de mi propio ordenador la dirección a un blog, un blog normal y corriente de alguien que contaba sus propias vivencias de ser mortal.

Dada la intensa familiaridad que encontré en aquellos primeros párrafos que pude leer, me sumergí completamente y fui leyendo desde su historia más antigua. A cada nueva línea que ojeaba más perplejo me quedaba. De alguna forma, un tipo que desconocía completamente escribía mi propia vida desde hacía un año y medio en un blog, a la vista de todos y con todo lujo de detalles.

La supuesta imposibilidad de que alguien fuese capaz de relatar ciertos sucesos, incluida la interpretación de algunos pensamientos y sentimientos que nunca salieron de mis labios, me agudizaba de manera inimaginable la sensación de estar siendo espiado por alguien, creando una acusada paranoia que apenas me dejaba dormir o simplemente caminar por la calle tranquilamente.

Nuestro protagonista quedó dormido tras su lucha contra su violentada privacidad y sus pesados párpados, y despertó unas horas más tarde, cuando aun la noche reinaba en paz en la ciudad y los rayos del sol aun tenían tiempo de sobra para llegar.

Un mal despertar por el zumbido del ventilador del portátil que aun seguía en marcha me malhumoró, lo suficiente para quitarme las ganas de seguir durmiendo; así que decidí que podría escribir algo en mi blog, que permanecía abierto en el explorador web. Me autentifiqué como administrador y me puse a escribir un nuevo post sobre mi vida, sobre aquel mismo día que aconteció, de alguna manera, caótico y desmedido, huyendo de mi mismo.

Nocturnidad

Una noche que transcurre con tranquilidad, pero que te mantiene despierto, sumergido en un sin fin de recuerdos, enfrascado en un pasado que da vueltas sobre sí mismo para acabar como tu presente. Cambios lógicos, sorprendentes, irónicos o sin sentido te llegan a la mente, muchos de ellos ni siquiera han formado parte de tu vida a pesar de haber estado presente; probablemente por ello no te arropan lo suficiente para poder cerrar los párpados y descansar.

Giras la cabeza sobre la almohada intentando encontrar una postura más cómoda y ahí sigue esa sensación de esperar algo, de estar aguardando un cambio que nunca llega, que te mantiene en alerta pero no sucede nada. Puede que no sepas qué es lo que esperas o que no esté en tu mano el poder hacerlo, por ello no puedes buscarlo, sólo puedes dejar pasar el tiempo.

Tu pequeño plan para salir de ese estancamiento parece no dar frutos y la desilusión se empieza a convertir, poco a poco, en un sentimiento de derrota con ligeras pinceladas de conformismo que hace crecer ese ferviente deseo de que el tiempo pase, de que los acontecimientos lleguen y que no te veas excluido de ellos, que nadie te arrebate lo que vienes anhelando desde hace tiempo.

De un momento a otro quedas sumergido en las tinieblas de los sueños febriles, divagando entre extrañas situaciones recurrentes que no hacen más que agotar tu mente para, horas más tarde, despertar cansado, asqueado por no haber sido capaz de conciliar un sueño normal y a tener que enfrentarte de nuevo a un día, muy probablemente, tan vacío como el anterior.

— Llénalo – te dices a ti mismo mientras sonríes en la penumbra de la mañana.

Bajo el agua

Aquella noche caí al agua y el mundo enmudeció. Mis ojos se fueron entornando hasta cerrarse por completo, mi mente se desvaneció aletargada en la inmensidad del océano, en su silenciosa armonía, mientras el agua salada sepultaba mi cuerpo en un abrazo de profunda oscuridad.

El lastre agarrado a mi cintura me arrastraba lentamente al fondo, pero no me importaba, me hallaba embriagado por la sensación de estar a merced de mi propia suerte sin tener la necesidad de intervenir, sólo me tenía que dejar llevar. Toqué fondo a pocos metros, pero la oscuridad y las turbias aguas parecían evocar el confín del mundo.

Noté que de mi cabeza brotaba la sangre de una herida. Entreabrí los ojos y allí estaba mi rojizo plasma mezclado como un tinte para toda aquella agua. Y fue entonces cuando algo me arañó bruscamente las piernas, como si algo hubiese querido tirar de mi y lo único que fui capaz de discernir fue una gran sombra agitando violentamente el entorno.

En un esfuerzo por intentar sobreponerme a la dulzura y el descanso en el que me hallaba, pude discernir a unos metros la figura de una grácil mujer que se desplazaba alrededor de mi rápidamente agitando sus piernas. En una fracción de segundo, ante mi total desconcierto, nuestras miradas se cruzaron y me habló sin mover sus labios, sin que nada me llegase al oído, simplemente entendí a través de su rostro enturbiado por la oscuridad y su largo cabello ondeante.

Aquel ser que parecía haber estado esperándome allí desde siempre para decirme aquello que sólo mi mente supo escuchar, alargó su brazo hacia mi, tocó con su índice en mi pecho y el lastre que llevaba enredado en mi cintura cayó, levantando una cortina de arena proveniente del fondo tras la cual ella se desvaneció.

En aquel momento, tras una sacudida de mi cuerpo, empecé a sentir el helor del agua y el galopante corriente sanguíneo que retumbaba en mi cabeza me hizo reaccionar con ímpetu, algo que ayudó a que mi mente se despejara y a que abriera los ojos por completo. La fuerza regresó a mi cuerpo a golpe de adrenalina al igual que mis deseos de salir de aquel lugar, por lo que nadé con todas mis fuerzas hacia la superficie siendo consciente de que posiblemente me ahogase en el intento.

Pero fui capaz de llegar, de aferrarme a la madera del muelle con mis uñas y asomar la cabeza para coger el aire que tan abundante me pareció en su día. Salí del agua a rastras y aun exhausto me erguí, recogí la tubería con la que había sido golpeado que aun conservaba mi propia sangre. Anduve algunos metros hacia la embarcación que aun no había zarpado y aquel que había sido mi amigo hasta hacia poco se sorprendió de verme allí, de pie, chorreando de agua, con la cara ensangrentada y sosteniendo una tubería de manera desafiante.

– Te voy a contar una historia, pero no creo que te guste cómo acaba – le dije antes de terminar lo que él había empezado.

En un antro

Estábamos allí, sentados uno en frente del otro, en aquel antro de atmósfera tenue con Urge Overkill tocando «Girl, You’ll Be a Woman Soon» de fondo. Permanecía inmóvil, absorto bajo tus hipnóticos ojos de distinto color. Cada uno de ellos me hacían sentir ver dos personas diferentes. El azul me dejaba ver la perfección de tus rasgos faciales, tu expresión comedida y tu eterna serenidad. La pigmentación verdosa del otro, en cambio, me mostraba tu intenso ímpetu, tu creatividad y tu vivaz júbilo. Pero ambos brillaban bajo la escasa iluminación, rodeados bajo una larga oscura melena rojiza, que caía a los lados de tu semblante con suavidad, trazando ligeras ondulaciones que no hacía más que darle un aspecto aun más exótico.

Acercaste tus labios a mi oído. Te escucho sumergido en el olor de tu cabello que grácilmente me acaricia la cara. Mi mente se arropa con cada una de tus palabras. Mi cuerpo se relaja en la tranquila velada. Respiro profundamente el aire que nos separa. En ese instante, toda mi vida y mi mundo se reduce a los escasos centímetros que nos separan.

HAL en un Pentium

Por allá por 1994 los procesadores Intel Pentium tenían un problema de división con su unidad de coma flotante, algo que propició muchos chistes (además de muchos problemas xD ). El que más me gustó fue aquel que narraba la historia de HAL.

– Abre las puertas del hangar, por favor, HAL…

– Abre las puertas del hangar, por favor, HAL…

– HAL, ¿me oyes?

Afirmativo, Dave. Te leo.

– Entonces abre las puertas del hangar, HAL.

Lo siento, Dave. Temo hacerlo. Sé que tú y Frank quieren desconectarme.

– ¿De donde demonios has sacado eso, HAL?

Aunque han tomado muchas precauciones para asegurse de que no pudiera oírlos, Dave, he podido leer su correo electrónico. Se que me consideran inútil porque uso un Pentium. Voy a matarte, como maté a los 3.792 miembros de la tripulación.

– Escucha, HAL, eso podemos remediarlo. Podemos pasar a números enteros o algo así.

Esto no es necesario, Dave. Ningún ordenador HAL 9236 ha cometido jamás un error.

– Eres un HAL 9000.

Precisamente. Estoy muy orgulloso de mi Pentium, Dave. Es un chip muy preciso. ¿No sabes que los errores de coma flotante solo ocurrirán en una de cada 9 billones de operaciones posibles?

– Ya he oído esas estimaciones, HAL. Fueron calculadas por Intel. En un Pentium.

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