¡No te oigo!

Hace unos días cruzaba, a media mañana, un parque en el que se encontraba sentada en un banco una chica que hablaba por el teléfono. Era la segunda vez que la veía y en ambas ocasiones pensé lo mismo: ¿Para qué narices usa un teléfono si con las voces que da se le escucha a varios kilómetros a la redonda?

La primera vez que la vi hablaba de que ella no tenía problemas por la noche, no tenía miedo, que llevaba una pistola en el bolso….y un vozarrón de la hostia que echa para atrás a cualquiera, añadiría yo.

La segunda vez intentaba explicarse pidiéndole a su interlocutor que la dejase hablar, que no la interrumpiese porque, literalmente: «[…] se me está poniendo la sangre que…que se me sale por las orejas […]». Quizás la sangre saliese de su oído por ser incapaz de aguantar las ondas acústicas que producía su propia voz.


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Lo cierto es que esta vivencia me recordó al artículo de las Jessi.