chocolate

Reclutamiento

Hay cosas con las que no se debe jugar, una de ellas la comida como decía mi madre. Sin embargo, juguetear con el fuego, en sentido figurado, a veces puede resultar tremendamente seductor y eso es lo que ha provocado un contratiempo en mi vida.

Resulta que mi hermana mayor se ha quedado sin niñera para Champi y está intentando hacerse con alguna que cumpla con los requisitos. Durante ese proceso le ha pedido a mi hermana pequeña que vaya a cubrir la plaza hasta que encuentre a alguien. Esto puede durar, entre pitos y flautas y más pitos, un mes.

Si os preguntáis qué narices pinto yo ahí para que ande hablando de jugar con fuego, aquí os dejo una evidencia de mi hacer:



Esa es una de tantas fotos que le mandábamos a mi hermana mayor poniéndole los dientes largos. Su respuesta fue clara: reclutar a mi hermana pequeña (la artífice de la mayor parte de las delicias que salen de la cocina) tanto tiempo como pueda y alentarla a usar la Thermomix que posee. Es algo así como secuestrar a los científicos del lado contrario y ofrecerles tecnología novedosa para sus proyectos en tiempos de guerra.

Menos mal que mi madre puede suplir esta carencia estratégica formidablemente:



Así que, no os preocupéis de mi alimentación, podré sobrevivir un mes. Eso sí, no voy a tener con quién meterme cuando llegue a casa.

Blanco nuclear

Es una regla básica que, cuanto más blanca y delicada es una prenda, mayor es su probabilidad de sufrir infortunios. Lo mismo pasa con esa tostada de mantequilla que vigilamos con exceso y que terminará cayendo al suelo, sobra decir que boca abajo.

Como si cuanto más queremos proteger algo, con mayor facilidad se es dañado precisamente por esa sobreprotección o por simple ironía de la vida.

Llegados a este punto quizás alguien pueda pensar en relaciones personales que se ven afectadas por esta misma ley, pero yo sólo hablo de camisas de esas que se pone uno para vestir el torso.

Para mi desgracia, sólo necesito ponerme una camisa en concreto para atraer todas las manchas estúpidas y reincidentes, como la que deja la pasta de dientes tras caer espumosa y rebelde desde mi propia boca o el fragmento imperceptible de chocolate que cae de un galleta y que se esparce como si te hubieses bañado en barro.

Lo peor es que, cuanto más miedo le coges a interactuar con algo, más torpe te vuelves en ello, por lo que la hora de la comida puede llegar a parecer la operación quirúrgica de un ojo por cómo coges los cubiertos.