La muerte llego por tu propia mano. Demasiado joven, mucho por vivir y así de fácil truncaste tu futuro. La presión que debiste sentir no la conoce nadie, al igual que aquello que se te pasó por la cabeza durante el proceso. Lloré la pérdida y, en varias ocasiones, te vi fugazmente al pasar por multitudes para después recapacitar sobre la imposibilidad de ello.
Han pasado más de 25 años pero tu recuerdo sigue siendo evocado por mi mente de vez en cuando, que al fin y al acabo es lo único que queda de nosotros tras la muerte, aunque sólo sea un borrón carente de forma. De alguna u otra forma acabas impactando en la vida de los demás, dejando tu imprenta en la memoria de aquellos que te rodean y no te acabas haciendo una idea de la cantidad absurda de gente que puede llegar a ser. Un consuelo tonto, sin duda, pero un consuelo.