Una vida en mis manos

Mi hermana, tras su marcha de vacaciones, me dejó dos encargos. El primero, que le renovara un libro de la biblioteca. El segundo, que cuidara de su cutre planta.

Aunque el primer día casi se me olvida, conseguí ponerle agua y sacarla a hacer la fotosíntesis. Con lo estropeada que estaba la pobre, dudaba que me aguantase mucho tiempo y así me libraría de ella. Pero la muy espléndida aun sigue ahí, tomando el fresco y bebiendo de mi agua. La puse a régimen, porque consideré que ponerle agua todos los días podía serle perjudicial, porque es de dominio público saber lo que pasa con la concentración salina, las membranas para la osmósis y el exceso de agua.

El tema es, que tras varios días conviviendo con ella, me he dado cuenta que como substituta de mi hermana está genial. Está callada, no se mete conmigo, no me tira las cosas, no me pide películas y no me fulmina con la mirada o me amenaza con las cuerdas del piano. Sin embargo, todavía le tengo que enseñar a hacer galletitas de chocolate y esas cosas.


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