dentista

Espera un poquito más

Estás sentado tranquilamente en la sala de espera de la consulta de tu dentista, leyendo una de aquellas revistas que suelen tener por ahí porque agotaste la batería de tu móvil durante la espera. Piensas que tienes suerte de haber establecido la cita con una semana de antelación y que tuviste la precaución de elegir la primera hora de la mañana para hacerlo pero allí estás, esperando desde hace tanto tiempo que tienes miedo a convertirte en uno de aquellos títulos que tienen colgados en la pared: doctorado en odontología, primer premio en arqueología dental, segundo premio al percutor más preciso y un largo etcétera.

Quizás se te cruce por la mente que han tenido que atender una urgencia, que alguien lo estaba pasando tan horriblemente mal que acudió a la consulta antes de que abriese, que por casualidad estaba el dentista preparado y que lo atendió sin mayor dilación. Deben llevar como 5 horas de operación a boca abierta y lo único que no te cuadra es que 5 horas de boca abierta supone tal cantidad de baba que el aspirador que utilizan estaría pidiendo un reemplazo.

Para aliviar tu frustración intentas ocupar tu mente en diversos ejercicios intelectuales, desde calcular el coste de enmarcar todos aquellos títulos hasta el de psicoanalizar al resto de gente que espera allí mismo contigo. Está el típico que se coge la boca con una mueca de dolor a intervalos regulares, otro que habla de los dentistas como si fuesen mecánicos mientras admira su dentadura postiza desde el envase de plástico que ha traído y el que lleva una cara de empanado y sueño que eres tú.

De pronto, una de las auxiliares entra en la sala con una máscara puesta y pronuncia tu nombre, dos veces que lo hace porque no se le entiende nada con aquello en la boca y tu entumecimiento mental. Se te iluminan los ojos, tu espera ha terminado. Te hacen pasar a una de las consultas y te sientas en aquel sillón, un sillón que debería ser cómodo y tiene pinta de serlo pero no lo es, quizás porque los pacientes se sientan en él más tiesos que un palo.

Para cuando te das cuenta han pasado 30 minutos de reloj, sigues sólo en la consulta explorando una y otra vez los pósteres y maquetas de dientes y muelas con diversas malformaciones. Llega el dentista con calma, piensas que te va a hacer entrega de un título honorífico en odontología pero no, simplemente te hace abrir la boca y decirte que todo está bien, que dentro de seis meses vuelvas a por otra revisión. Antes de que puedas preguntarle si la espera la puedes hacer fuera de la clínica él ya se ha desvanecido cual ninja.

Si tú le has durado 3 segundos apurados, al paciente anterior de 5 horas le ha debido hacer una catedral dental sobre las muelas del juicio. No tiene más explicación.

El dentista

Cuando creía que todo había terminado mi hermana pequeña me miro y me dijo «Pues va a ser que tienes retracción de las encías«. Así que acabamos en el dentista.

Cuando me llamaron me hicieron sentarme en el sillón de las reparaciones bucales y antes de que pudiera decir nada ya me habían metido dos manos en la boca, diagnosticado 3 caries y encargado una radiografía. En cuanto pude mencionarle lo de las encías, me miró y me dijo que no era alarmante, que utilizara un cepillo más suave, que cepillara de arriba a abajo y que no lo hiciese con mucha fuerza. Después de todo, según me contó, se podía hacer un implante de mi propio paladar para cubrir la zona al descubierto pero que sería mejor ver cómo progresaba.

Al cabo de unos minutos me presentaron el presupuesto que ascendía a unos cuantos cientos de euros y que me hizo pensar en lo caro que era el metro cuadrado en mi boca.

La primera intervención fue para empastarme una muela que estaba bastante afectada por dentro aunque no sentía molestias. La dentista me tuvo que pinchar 3 ó 4 veces porque se me dormía parte de la lengua pero no había signos de lo que lo hiciera el labio, que parecía ser el importante. Me hizo el empaste pero me dijo que habría que desvitalizar la muela y que lo veríamos con el doctor la próxima vez. Así que me fui a casa con media cara dormida y balbuceando. Tuvieron que pasar 3 horas hasta que recobré la sensibilidad de la cara, no sin antes dejarme con dolor a la hora de abrir la mandíbula, para variar.

Las muelas del juicio final – El quirófano

Allí estaba yo sentado en mi sillón esperando a la enfermera. Cuando vino me puso una vía en la mano izquierda, algo que siempre me había dado mal rollo y por lo que no había pasado, pero ni me dolió ni me molestó. En cambio, los de la habitación de al lado les gustó tanto la enfermera que le decían que se dejaban agujerear con gusto, cuantas veces fuese necesario, si era por ella…lástima que no lo llevase a cabo.

La espera en el sillón, con la ya incómoda vía en la mano, se prolongó durante 3 horas, durante las cuales la almohada que tenía al lado, en la cama, cobró un matiz realmente atractivo que invitaba a dejar caer la cabeza sobre ella. Para entonces ya llevaba 11 horas de ayuno y a los de al lado no se les ocurrió otra cosa que empezar a hablar de comida y bebida fresca. Menos mal que más tarde cambiaron de conversación y prefirieron hablar de fútbol y perros.

Finalmente, el camillero vino a por uno de nosotros con una silla de ruedas. El tipo tenía las ojeras más inmensas que jamás he visto y eso no transmitía mucha confianza :S. Se llevó a uno de mis vecinos, así que la cháchara se les acabó y hasta un rato después no lo trajo de vuelta. El tercero fui yo, me llevó presto hasta el quirófano donde el ambiente era bastante frío.

Lo primero que hizo el cirujano fue coger las radiografías dentales y regatearme el número de muelas a extraer. Decía que del lado derecho, con la de abajo podía ser suficiente, pero yo le dije que venía a por las cuatro y hoy tocaba las dos de un lado, que tampoco me apetecía verlo más de las dos veces que eran necesarias. Así que accedió.

La anestesista me saludó muy amablemente (no era el tipo de la vez anterior) y ella también me regateó; me dijo que si estaba tranquilo pasaba de pincharme el sedante, así que tuve que renunciar a ver dragones después de la operación. Me tumbé en la mesa de operaciones, me pusieron el oxígeno, me tomaron la presión arterial, me colocaron los sensores en el pecho para monitorizar el ritmo cardíaco y me cubrieron dejando sólo mi boca al descubierto.

Un par de pinchazos para la anestesia local en la muela de abajo y el cirujano empezó a hurgar. Al cabo de un rato me puso un taco en el lado izquierdo para que no tuviese que tener el esfuerzo de abrir la boca. Empezó a hacer fuerza para sacar la muela de abajo y aquello no salía con facilidad, por mucho que apretase mi cabeza sobre la mesa. De fondo escuchaba el ritmo cardíaco algo acelerado y es que aquello te pone el cuerpo en tensión, así que tomé un poco de aire y me relajé lo que pude. Al cabo de un instante escuché el motorcillo del corta-muelas, después el cirujano me hizo un cronch (veáse mi alta cualificación describiendo el proceso xD ) en el que empleo fuerza y yo dije un «Ah» a lo que él me contestó «Sé que es un sonido poco agradable, pero no te ha dolido», me faltó contestar un «Oh, really». Mi preocupación no era el dolor que pudiese sentir, sino que con tanta fuerza se le podía escapar la mano y acabar clavando el instrumental en el otro lado de la boca (a mi me suele pasar con el destornillador y los malos tornillos que no quieren salir por las buenas).

Para darme el punto en el hueco que había dejado, el cirujano le dijo a alguien: «Fíjate bien que es medio segundo, como en la fórmula 1 que si parpadeas te lo pierdes». Noté la cuerdecita a lo que pensé que igual aprovechaba, le hacía un nudo a la de arriba y tiraba de ella, pero no, la de arriba salió en seguida para mi alivio. Así que, una vez las muelas fuera, con una gasa en la boca para que recogiese la sangre de la herida, me retiraron los dichosos sensores que tenía pegados en el pecho y que seguramente fue la parte más dolorosa. La anestesista me preguntó si estaba bien, el resto se pusieron a hablar de sus cosas, y el camillero me llevó de vuelta. Lástima que no dejasen entrar las gafas, no pude quedarme con sus caras.

La enfermera, a mi regreso, me dio un vaso de agua y me retiró la vía; me explicó lo que debía y lo que no debía hacer los próximos días y para casa.

Al cabo de un mes sigo sin poder abrir la boca del todo y, según mi doctora de cabecera, se me debió lesionar el músculo que cierra y abre la boca (o el nervio que parece que es peor), por lo que el cirujano me tendrá que ver antes de volverme a operar del otro lado, muy a pesar de la chica que me quería dar insistentemente la cita para operar.


quirofano

Las muelas del juicio final – La espera

Finalmente, al cabo de un mes y pico, me llamaron para efectuarme la primera extracción. Me citaron en la UCI (algo que no animaba demasiado xD ) a las 14h y me indicaron que debía permanecer en ayunas durante 6 horas antes. Eso me dejaba margen suficiente para desayunar a la hora de siempre, pero había un inconveniente con el que no contaba. Según Pausem, el ayuno incluía el agua y, con el calor que hacía, me veía deshidratado. Menos mal que consultando en Internet vi que la ingesta de agua se puede realizar hasta 2 horas antes. Claro que, en Internet, puedes encontrar fuentes que apoyen lo que más te interese 🙄 .

Como no tenía ni idea de dónde estaba la UCI y no me gusta ir a los sitios a ciegas, le pregunté a una amiga que tenía más idea que yo y me puso en duda. Me dijo que le parecía extraño lo de la UCI, que era más probable que fuese la UCA y la verdad es que tenía más sentido. Concluimos que era mejor preguntar en información pero me dejó claro dónde tendría que ir si era la UCA.

Cuando llegué allí, consulté en información y, efectivamente, no era la UCI, pero tampoco la UCA, era la UCSI…yo sólo quería quitarme las muelas. Al menos la UCSI estaba más o menos donde me dijo Pulsay que estaría la UCA, pero al final no vi a Grissom.

Total, que en seguida me llaman para que entre a la sala de espera. Para ello me hacen ponerme unas fundas verdes para el calzado y lavarme las manos con algo que parecía alcohol. Me indicaron el rincón donde debía esperar, amueblado con una cama y un sillón. Me dijeron que debía quitarme la camiseta y ponerme la típica ropa de hospital que te deja el culo al aire porque no hay quien pueda hacerse un nudo en condiciones. Al final todo el mundo (sobretodo aquellos que también se tenían que quitar los pantalones) iba cogiéndose la parte de atrás para mantenerla cerrada, salvo los que habían recibido ayuda o aquellos que les daba exactamente igual.

Iba llegando más gente y se escuchaba de todo, sobretodo de personas mayores que realizaban el cambio pertinente de vestimenta ayudadas por una enfermera:

Mujer Mayor : por teléfono me dijeron que había que venir duchada.
Enfermera : sí, eso es para que en el quirófano no quede olor a sobaqué.

Hombre Mayor : hay que ver lo bien que está este hospital, con este suelo tan brillante y todo tan limpio.

Sin duda me acordé de Doc JB y sus diálogos con los pacientes.


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Las muelas del juicio final – El Anestesista

Tras varios meses de espera en la larga cola de la seguridad social, mi presencia fue reclamada para hacerme una radiografía de mi brillante sonrisa (que no culo metálico que diría Bender). En tal aventura, la espera en la antesala de las radiografías se alargó durante varias horas, en las que no pude acudir al W.C. porque Murphy decía que sería el momento en el que me llamarían.

Varios días después tuve cita con el cirujano maxilofacial que, a golpe de vista sobre la radiografía, me dijo que habría que extraer las cuatro muelas del juicio, en tandas de dos para poder proporcionarme un menor padecimiento sobre la mesa de operaciones, pero más duradera agonía en mi recuperación.

Pasaron unos cuantos días más y me reuní con el anestesista. El tío parecía un cachondo porque nada más entrar en su consulta, ya tenía la sonrisa puesta, una de esas que parece de mármol. Pero, poco a poco, me fui dando cuenta de que era demasiado feliz y, más que una sonrisa de mármol, parecía un sonrisa de fármacos. A penas me preguntó cuatro cosas sobre alergias y medicamentos, nada sobre drogas, afiliaciones políticas y otros malos hábitos.

Me comentó que el plan de actuación constaría de anestesia local y de sedación en vena que, según sus palabras, me ocasionaría el efecto de unas cervezas tras la operación (no concretó nada sobre el tamaño de las mismas ni de si llevaban cubitos de hielo). Así que, mientras me ofrecía el papel de consentimiento para que lo firmase (envuelto en una aureola de vendedor de coches usados), me dijo que él no se sacaría las muelas del juicio sin anestesia. Es más, yo añadiría que él no se levantaba por las mañanas sin su chute de óxido nitroso.


anestesista

Próximamente más capítulos…