¿Qué ocurre cuando mi hermana pequeña conduce y yo voy de copiloto? Pues prácticamente lo mismo que en el siguiente vídeo:
junio 2011
Especialistas en pleno vuelo
Estaba yo pensando en aquellas escenas que aparecen en las películas que transcurren en un avión donde, en un situación de emergencia, se precisa de un especialista concreto, ya sea un médico, un piloto, un informático (cada vez más asiduamente) o un abogado (sólo en territorio norteamericano).
Cuando alguien se presenta voluntario diciendo el típico «Yo soy médico/proctólogo (o teleco que es equivalente)/piloto o lo que sea pero yo», nadie pone en duda que esa persona podría estar mintiendo y ser un simple ingeniero nuclear o, lo que es peor, un político.
Así que da igual lo que hagan porque él es el especialista y en situación de emergencia nadie se va a poner a cuestionar tus métodos por muy poco convencionales que parezcan, a no ser que en el mismo avión esté Sheldon mirándote por encima del hombro, pero quién le iba a hacer caso.
La próxima vez que suba al avión y la azafata pida la ayuda de algún especialista, voy a exigir al voluntario el CV y un número te teléfono en el que pueda pedir referencias suyas. O eso, o presentarme yo voluntario y pasar un rato divertido.
El pitocondrias
Como toda garantía actual dicta, al cabo de 2 años nuestro microondas murió, al parecer porque el magnetrón dejó de funcionar, pues el resto de cosas como el grill iban sin problemas.
Como ya os conté, su pitido era detestable y su substituto no fue mejor. Nuestro actual pitocondrias microondas, cada vez que finaliza, emite 5 pitidos en vez de uno. Parece que se empeñan en mejorar la impertinencia de los electrodomésticos.
Después está el problema de la botonera, que no hay quién la entienda con los símbolos tan raros que tiene impresos (para que después se quejen de cómo diseñamos los informáticos los formularios). Antes eran mucho más sencillos, con dos ruedas analógicas para potencia y tiempo, sin tonterías ni historias digicuánticas.
A este paso me veo tirando el microondas al suelo, pateándolo mientras, entre lágrimas de impotencia, le suplico que deje de pitar para que, en ese preciso momento, el tostador haga lo mismo y me induzcan a la locura. Después los vecinos acreditarían lo buena persona que era y que jamás hubieran pensado que fuese capaz de volverme amish.
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