ojos de rubí

Tres años

Sin aliento y con el pulso tembloroso, sin saber si es el efecto de la adrenalina o el esfuerzo de haber bajado tres plantas en tres segundos. Pero qué más da ahora, el tipo está en el suelo, rogando con la mirada porque no le salen las palabras de la boca. Sabe lo que ha hecho, sabe a quién se lo ha hecho y sabe las consecuencias de haberlo hecho, es prácticamente un fantasma que, por unos segundos, aún puede percibir nuestro mundo.

Estrello mi puño sobre su pómulo sin que sea capaz de reaccionar a tiempo para cubrirse la cabeza y ésta rebota sobre el suelo con un ruido seco. Antes de que pueda si quiera coger aliento lanzo otro puñetazo que le hunde el pecho. Percibo el quebrar del esternón y la sangre, junto a lo que parecen algunos dientes, irrumpe en la escena. Mientras su cuerpo yace en el suelo indeciso, sin saber si morir bajo la asfixia de su propia sangre o por el fallo cardíaco de un corazón literalmente roto, yo ajusto el rendimiento del sistema hidráulico de mis implantes, no quiero ser tan drástico con el siguiente.

«Me ha tomado tres años pero, uno por uno, todos cobrarán su jodida deuda y yo podré volver a dormir tranquilo.»

 

Ojos de rubí

El silencio ahogado bajo una respiración entrecortada, una piel brillante a causa de su transpiración y una mirada agotada mirando al horizonte. El corazón galopa bajo el pecho buscando espacio entre aquellos pulmones extenuados para que la mente no se desvanezca. Pero es tarde, el frío empieza a cubrirlo todo como un brisa que adormece aquello que acaricia y aunque miles de pensamientos fugaces golpeen su sien, no es capaz de aferrarse a ninguno que alivie la injusticia que siente.

El ritmo cardíaco desciende y su visión queda cada vez más nublada, como si cayese en un sueño profundo contra el que no puede luchar. Sabe que está dejando su vida y de nada le servirá la obstinación esta vez. De pronto, todo aquello a lo que se opuso en su día queda en el olvido, pierde su razón de ser, todo da igual llegados a este momento. Derrotado decide cerrar los ojos y dejarse llevar.

En la inmensidad de la oscuridad de su pensamiento ve aquellos ojos de rubí que lo miran con severidad. Percibe el odio que emanan y a pesar de estar a las puertas de la muerte, los teme. De todos aquellos pensamientos y recuerdos que unos instantes antes habían saturado su psique, ninguno le había rememorado la promesa que hizo. Probablemente porque los recuerdos y la promesa pertenecían a mundos separados.

«Abre los ojos, abre los jodidos ojos»

Como si se hubiese estado ahogando en un lago y consiguiese salir a la superficie, abrió los ojos con una bocanada de tortuoso aire producida por una última convulsión de su cuerpo por sobrevivir. Notaba la sangre parcialmente seca en su mano, la misma que había intentado cubrir la herida de su estómago. El dolor lo entumecía todo y le volvía a recordar qué era estar vivo.

No sabía cuánto tiempo había pasado allí en el suelo pero no iba a ser mucho más. Peleó por levantarse, por erguirse sobre sus piernas y enderezar el torso. Para entonces sus ojos ya no estaban agotados, había recobrado aquella maravillosa mezcla entre ira y desdén. Su mente ya no era un cajón desastre de pensamientos, tenía claro su propósito. Quizás hubiese tocado la puerta de la muerte, no había sido la primera vez, pero daba por seguro que alguien no sólo la tocaría sino que la abriría con la cabeza.