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Las muelas del juicio final – El Anestesista

Tras varios meses de espera en la larga cola de la seguridad social, mi presencia fue reclamada para hacerme una radiografía de mi brillante sonrisa (que no culo metálico que diría Bender). En tal aventura, la espera en la antesala de las radiografías se alargó durante varias horas, en las que no pude acudir al W.C. porque Murphy decía que sería el momento en el que me llamarían.

Varios días después tuve cita con el cirujano maxilofacial que, a golpe de vista sobre la radiografía, me dijo que habría que extraer las cuatro muelas del juicio, en tandas de dos para poder proporcionarme un menor padecimiento sobre la mesa de operaciones, pero más duradera agonía en mi recuperación.

Pasaron unos cuantos días más y me reuní con el anestesista. El tío parecía un cachondo porque nada más entrar en su consulta, ya tenía la sonrisa puesta, una de esas que parece de mármol. Pero, poco a poco, me fui dando cuenta de que era demasiado feliz y, más que una sonrisa de mármol, parecía un sonrisa de fármacos. A penas me preguntó cuatro cosas sobre alergias y medicamentos, nada sobre drogas, afiliaciones políticas y otros malos hábitos.

Me comentó que el plan de actuación constaría de anestesia local y de sedación en vena que, según sus palabras, me ocasionaría el efecto de unas cervezas tras la operación (no concretó nada sobre el tamaño de las mismas ni de si llevaban cubitos de hielo). Así que, mientras me ofrecía el papel de consentimiento para que lo firmase (envuelto en una aureola de vendedor de coches usados), me dijo que él no se sacaría las muelas del juicio sin anestesia. Es más, yo añadiría que él no se levantaba por las mañanas sin su chute de óxido nitroso.


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Próximamente más capítulos…