2019

Ojos de rubí

El silencio ahogado bajo una respiración entrecortada, una piel brillante a causa de su transpiración y una mirada agotada mirando al horizonte. El corazón galopa bajo el pecho buscando espacio entre aquellos pulmones extenuados para que la mente no se desvanezca. Pero es tarde, el frío empieza a cubrirlo todo como un brisa que adormece aquello que acaricia y aunque miles de pensamientos fugaces golpeen su sien, no es capaz de aferrarse a ninguno que alivie la injusticia que siente.

El ritmo cardíaco desciende y su visión queda cada vez más nublada, como si cayese en un sueño profundo contra el que no puede luchar. Sabe que está dejando su vida y de nada le servirá la obstinación esta vez. De pronto, todo aquello a lo que se opuso en su día queda en el olvido, pierde su razón de ser, todo da igual llegados a este momento. Derrotado decide cerrar los ojos y dejarse llevar.

En la inmensidad de la oscuridad de su pensamiento ve aquellos ojos de rubí que lo miran con severidad. Percibe el odio que emanan y a pesar de estar a las puertas de la muerte, los teme. De todos aquellos pensamientos y recuerdos que unos instantes antes habían saturado su psique, ninguno le había rememorado la promesa que hizo. Probablemente porque los recuerdos y la promesa pertenecían a mundos separados.

«Abre los ojos, abre los jodidos ojos»

Como si se hubiese estado ahogando en un lago y consiguiese salir a la superficie, abrió los ojos con una bocanada de tortuoso aire producida por una última convulsión de su cuerpo por sobrevivir. Notaba la sangre parcialmente seca en su mano, la misma que había intentado cubrir la herida de su estómago. El dolor lo entumecía todo y le volvía a recordar qué era estar vivo.

No sabía cuánto tiempo había pasado allí en el suelo pero no iba a ser mucho más. Peleó por levantarse, por erguirse sobre sus piernas y enderezar el torso. Para entonces sus ojos ya no estaban agotados, había recobrado aquella maravillosa mezcla entre ira y desdén. Su mente ya no era un cajón desastre de pensamientos, tenía claro su propósito. Quizás hubiese tocado la puerta de la muerte, no había sido la primera vez, pero daba por seguro que alguien no sólo la tocaría sino que la abriría con la cabeza.

Proyectos propios

Trabajar es trabajar, muchas veces no lo haces por gusto sino por necesidad. Por eso, muchas veces pienso en lo gratificante de llevar adelante tus propios proyectos sin pensar en tiempos de entrega, en monetizarlo ni en nada más que el simple hecho de disfrutar con ello. Llevo mucho tiempo sin hacerlo porque tengo remordimientos de emplear tiempo en esa clase de proyectos y quitárselo a otras cuestiones que tienen mayor relevancia para mi futuro.

Aquí es donde llega el problema: quiero hacer A para disfrutarlo pero tendría que hacer B para mejorar mi futuro, por lo que no hago ni A ni B y acabo haciendo C para apaliar la sensación que me producen ambas. ¿Tiene lógica? Muy en el fondo lo tendrá pero, igualmente, me causa una fuerte sensación de procastinación que no me deja descansar la mente y voy día tras día trasladando esa sensación de culpabilidad.

¿Por qué no hacer B de una vez y dejarlo aparcado? Porque nada me promete que emplear todo mi tiempo en sacar B vaya a dar sus frutos. De ahí que acabe replanteándome mi devenir, algo que hace que me refugie en C.