diciembre 2010

Dando pasos

Durante el puente del 4 al 8 de diciembre mi hermana pequeña y yo nos fuimos a instruir a Champi. Y no nos fue mal, al menos conseguimos que agitase el culo bailase con cualquier cosa que pareciese música en un tiempo récord.

Por su parte nos instruyó en el arte de seguirlo cogiéndole de una manita mientras se recorría la casa, lo que nos dejó con la espalda hecha polvo pero a él le sirvió como ejercicio definitivo para andar por su cuenta, algo que hizo el día después de habernos ido… Su recorrido es relativamente básico: de la mesita de salón a la alfombra de los juguetes y de allí a la cocina a ver la lavadora y la basura. Al pasillo no suele acudir porque está más oscuro y parece que eso no le gusta, pero a veces se aventura si escucha a su madre por allí. Y si quieres que cambie su rumbo y vuelva al salón sólo le tienes que preguntar por su vaquita a la que irá a buscar en seguida, aunque después no le haga ni caso.

Están a punto de salirse los dientes por lo que se pasa el día con algún elemento en la boca, ya sea su mano o el primer juguete que pille, lo que provoca un gran rastro de babas por allá por donde pase. Especialmente con un pequeño juguete que tiene que, cuando lo aprietas, expulsa el aire con un silbido, pero en este caso lo que expulsa son babas burbujeantes. El pobre lo pasa mal por las noches porque lo único que le calma un poco son los chupetes que tiene, unos cuatro que se va intercambiando a lo largo de la noche él solito.

Con respecto a la lavadora es amor a primera vista, se queda embobado durante minutos viendo como la ropa da vueltas dentro. Además de que está a su altura y puede apoyar las manos en la puerta para ayudarse a mantenerse en pie.

Pero el asunto es que no se pierde detalle de absolutamente nada, cualquier cosa que empieza a emitir un sonido, a describir un movimiento o incluso si descubre una imperfección en el suelo, gira la cabeza y posa la mirada en ello. Así que el pobre debe haber desarrollado un cuello formidable porque no deja de ejercitarlo. Es más, cuando estuvimos en el Parque Juan Carlos I y lo dejamos de pie en el suelo, el tío no podía dar más de un paso, literalmente, porque se agachaba para coger las hojas del suelo o para ver qué eran esas líneas en el suelo.

Dentro de todo ese mundo que está descubriendo se encuentra la alta tecnología como las bombillas que ha aprendido a encender, los ventiladores de techo cuyo movimiento imita con la mano y los teléfonos móviles que todavía no entiende del todo, le confunde el hecho de que de un aparato tan pequeño emerjan voces de personas.

El momento de la comida es una aventura, pues no tolera mucho los trocitos pseudo-sólidos, prefiere el puré de fruta bien triturado y necesita tener algo en la mano con lo que aporrear la mesa. A veces se calma si en la televisión hay algo de música (le gustó mucho un concierto de música clásica, supongo que por el ritmo y el continuo cambio de plano), pero a veces se niega a colaborar y su madre se mosquea con él y entonces él se mosquea con ella y le contesta. Su forma de protestar es emitir un pequeño grito con un gesto completo de indignación y réplica, desde la posición de las cejas hasta el de los morros. Me encanta.

Resumiendo, se puede decir que su estado óptimo es recién levantado que es cuando adopta una actitud en el que todo le da vergüenza y se tapa la cara, o cuando lo coges en brazos y lo mueves al ritmo de la música, periodo en el cual se irá apoyando en ti poco a poco y si tu ritmo decae el se agitará de arriba a abajo para que sigas.

Y por último no puede quedarse fuera las dos palabras mágicas que lo llenan de ilusión: baño y tetita. Con la primera se lo pasa pipa porque se deshace de los pañales y con la segunda se abalanza contra su madre nada más escuchar la palabra.

De lo que no hay duda es de que su madre debe tener una paciencia inmensa con él.